Mi familia y yo
residíamos a finales de los 70s en Villa Consuelo- barrio de clase popular al
norte de Santo Domingo- donde sus vecinos
para Navidad, en las últimas
horas de la tarde, sacaban sus mecedoras al frente de sus casas para deleitarse
en la ingesta de ron Brugal-cógele el
pasito al 70 – y disfrutar de las
voces trágico románticas de Sandro o El
Greco, o bailar en la calle con los
merengues contagiosos subversivos del
Combo Show de Johnny Ventura. El Tabaco
es fuerte pero hay que fumárselo.
Así empezaban las Navidades, casi desde octubre. No importaba
que hubiera doble sueldo o no. La vaina era gozar y disfrutar de una gran
fiesta de la solidaridad, la alegría, la magia, de camaradería total. Las
ilusiones brotaban por todos lados. Que si los Reyes, que sí el Niño Jesús…que
la Vieja Belén. Los más viejos y los más jóvenes.
Cada noche, la
muchachada estallaba cohetes chinos. Aquellos que venían envueltos en un papel
de colores chillones, satinados, con un gallito kikiriki al frente, literatura
en chino y olor a pólvora. Un artefacto oriental para un barrio pobre de una
isla occidental.
La idea era poner los
coheticos chino debajo de una lata de
leche condesada Nestlé para que ésta
volara por los aires. Eso era todo. El estruendo y el vuelo de la hojalata era
la felicidad completa. Más que las patas de gallina, los buscapiés y los
garbanzos.
Los coheticos china y
su bala –lata de leche condesada era la aventura pirotécnica más fabulosa de las fiestas.
Luego estaban las
fiestas de los adultos. Tomando ron. Todos
en círculo, en su ritual etílitico. A
veces sin decirse nada por minutos. La botella en el medio como gran tótem a
adorar. Fumando y bebiendo, bailando a veces. Escuchando el Tuá Tuá de Félix
del Rosario y sus Maravillosos Magos del Ritmo, las bombas navideñas de Puerto
Rico, El Martiniqueño. Lucecitas de colores intermitentes en toda la sala y
pesado olor a ron y nicotina.
En la cultura
dominicana, el alcohol marca la pauta de la vida de las personas. En Navidad,
era la excusa para juntarse a beber. Igual que ahora, solo que más y menos complicado.
La cena de Nochebuena
consistía más o menos lo mismo de ahora: pollo, moro de guandules, pasteles en
hoja, pastelitos, ensalada rusa, manzanas, uvas, ponche crema de oro y frutas
secas.
Luego el 31 en la noche
esperar el cañonazo. Los abrazos para todos, vecinos y enemigos. Salir a la calle a dar abrazos y felicitar sin más. Una noche de amor urbano. Más tarde, los pequeños los mandaban directo y en vivo a la cama, y al otro día, comer sobras. También el 25 se
comía sobras.
Los Reyes era algo especial.
Acostarse temprano y dejar la yerbita para los camellos, el trago de ron para Baltasar
y el cigarrillo crema para Melchor. Al otro día, buscar debajo de la cama y
salir de madrugada a jugar con el camioncito de plástico.
Increíble! En pleno
Villa Consuelo los niños salían de madrugada a jugar con sus juguetes, en
piyama o calzoncillos. NADA LES PASABA!
La Vieja Belén era para
los que los Reyes no le dejaron nada. Recuerdo una vez que me dejaron un fusil
de plástico AR15 de los que utilizaban los soldados norteamericanos en Vietnam,
la guerra de entonces.
Recuerdo el dato porque
dos jóvenes-supongo tendrían 20 años o menos- comentaron que mi “arma de fuego”
la utilizaba los “imperialistas asesinos “para matar niños en el Vietcong.
Así eran más o menos
las Navidades en Villa Consuelo cuando era niño. Hace ya un buen tiempo.