Foto: Reuters
Discurso del Papa Benedicto XVI a su llegada a Santiago de Cuba
Señor Presidente,
Señores Cardenales y
Hermanos en el Episcopado,
Excelentísimas
Autoridades,
Miembros del Cuerpo
Diplomático,
Señores y señoras,
Queridos amigos
cubanos:
Le agradezco, Señor
Presidente, su acogida y sus corteses palabras de bienvenida, con las que ha
querido transmitir también los sentimientos de respeto de parte del gobierno y
el pueblo cubano hacia el Sucesor de Pedro. Saludo a las Autoridades que nos acompañan,
así como a los miembros del Cuerpo Diplomático aquí presentes. Dirijo un
caluroso saludo al Señor Arzobispo de Santiago de Cuba y Presidente de la
Conferencia Episcopal, Monseñor Dionisio Guillermo García Ibáñez, al Señor
Arzobispo de La Habana, Cardenal Jaime Ortega y Alamino, y a los demás hermanos
Obispos de Cuba, a los que manifiesto toda mi cercanía espiritual. Saludo en
fin con todo el afecto de mi corazón a los fieles de la Iglesia católica en
Cuba, a los queridos habitantes de esta hermosa isla y a todos los cubanos,
allá donde se encuentren. Los tengo siempre muy presentes en mi corazón y en mi
oración, y más aún en los días en que se acercaba el momento tan deseado de
visitarles, y que gracias a la bondad divina he podido realizar.
Al hallarme entre
ustedes, no puedo dejar de recordar la histórica visita a Cuba de mi
Predecesor, el Beato Juan Pablo II, que ha dejado una huella imborrable en el
alma de los cubanos. Para muchos, creyentes o no, su ejemplo y sus enseñanzas
constituyen una guía luminosa que les orienta tanto en la vida personal como en
la actuación pública al servicio del bien común de la Nación. En efecto, su
paso por la isla fue como una suave brisa de aire fresco que dio nuevo vigor a
la Iglesia en Cuba, despertando en muchos una renovada conciencia de la
importancia de la fe, alentando a abrir los corazones a Cristo, al mismo tiempo
que alumbró la esperanza e impulsó el deseo de trabajar audazmente por un
futuro mejor. Uno de los frutos importantes de aquella visita fue la inauguración
de una nueva etapa en las relaciones entre la Iglesia y el Estado cubano, con
un espíritu de mayor colaboración y confianza, si bien todavía quedan muchos
aspectos en los que se puede y debe avanzar, especialmente por cuanto se
refiere a la aportación imprescindible que la religión está llamada a
desempeñar en el ámbito público de la sociedad.
Me complace vivamente
unirme a vuestra alegría con motivo de la celebración del cuatrocientos
aniversario del hallazgo de la bendita imagen de la Virgen de la Caridad del
Cobre. Su entrañable figura ha estado desde el principio muy presente tanto en
la vida personal de los cubanos como en los grandes acontecimientos del País,
de modo muy particular durante su independencia, siendo venerada por todos como
verdadera madre del pueblo cubano. La devoción a «la Virgen Mambisa» ha
sostenido la fe y ha alentado la defensa y promoción de cuanto dignifica la
condición humana y sus derechos fundamentales; y continúa haciéndolo aún hoy
con más fuerza, dando así testimonio visible de la fecundidad de la predicación
del evangelio en estas tierras, y de las profundas raíces cristianas que
conforman la identidad más honda del alma cubana. Siguiendo la estela de tantos
peregrinos a lo largo de estos siglos, también yo deseo ir a El Cobre a
postrarme a los pies de la Madre de Dios, para agradecerle sus desvelos por
todos sus hijos cubanos y pedirle su intercesión para que guíe los destinos de
esta amada Nación por los caminos de la justicia, la paz, la libertad y la
reconciliación.
Vengo a Cuba como
peregrino de la caridad, para confirmar a mis hermanos en la fe y alentarles en
la esperanza, que nace de la presencia del amor de Dios en nuestras vidas.
Llevo en mi corazón las justas aspiraciones y legítimos deseos de todos los cubanos,
dondequiera que se encuentren, sus sufrimientos y alegrías, sus preocupaciones
y anhelos más nobles, y de modo especial de los jóvenes y los ancianos, de los
adolescentes y los niños, de los enfermos y los trabajadores, de los presos y
sus familiares, así como de los pobres y necesitados.
Muchas partes del mundo
viven hoy un momento de especial dificultad económica, que no pocos concuerdan
en situar en una profunda crisis de tipo espiritual y moral, que ha dejado al
hombre vacío de valores y desprotegido frente a la ambición y el egoísmo de
ciertos poderes que no tienen en cuenta el bien auténtico de las personas y las
familias. No se puede seguir por más tiempo en la misma dirección cultural y
moral que ha causado la dolorosa situación que tantos experimentan. En cambio,
el progreso verdadero tiene necesidad de una ética que coloque en el centro a
la persona humana y tenga en cuenta sus exigencias más auténticas, de modo
especial su dimensión espiritual y religiosa. Por eso, en el corazón y el pensamiento
de muchos, se abre paso cada vez más la certeza de que la regeneración de las
sociedades y del mundo requiere hombres rectos, de firmes convicciones morales
y altos valores de fondo que no sean manipulables por estrechos intereses, y
que respondan a la naturaleza inmutable y trascendente del ser humano.
Queridos amigos, estoy
convencido de que Cuba, en este momento especialmente importante de su
historia, está mirando ya al mañana, y para ello se esfuerza por renovar y
ensanchar sus horizontes, a lo que cooperará ese inmenso patrimonio de valores
espirituales y morales que han ido conformando su identidad más genuina, y que
se encuentran esculpidos en la obra y la vida de muchos insignes padres de la
patria, como el Beato José Olallo y Valdés, el Siervo de Dios Félix Varela o el
prócer José Martí. La Iglesia, por su parte, ha sabido contribuir
diligentemente al cultivo de esos valores mediante su generosa y abnegada
misión pastoral, y renueva sus propósitos de seguir trabajando sin descanso por
servir mejor a todos los cubanos.
Ruego al Señor que
bendiga copiosamente a esta tierra y a sus hijos, en particular a los que se
sienten desfavorecidos, a los marginados y a cuantos sufren en el cuerpo o en
el espíritu, al mismo tiempo que, por intercesión de Nuestra Señora de la
Caridad del Cobre, conceda a todos un futuro lleno de esperanza, solidaridad y
concordia. Muchas gracias.
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