Nadie está seguro. Cada
día que pasa es una bendición seguir vivo sobre estos 48 mil kilómetros
cuadrados habitados por el miedo, el dolor,
la sangre, la ineficiencia, la dejadez,
la ineptitud, la indiferencia
y la indolencia. A nadie le importa nuestra seguridad ciudadana. Estamos
aquí esperando el disparo de turno. La muerte de turno. La queja de turno.
A quien le parezca que
lo de arriba es exageración, por favor, no me lea. Si le parece exageración,
tragicomedia, dramatismo barato o lo que le da su real gana, solo le preguntan
a la ingeniera Francina Hungría, tiroteada a plena calle y cuyos hermosos ojos
de seguro no conocerán de nuevo la luz.
Confieso mi paranoia,
diaria y permanente. Con todo el que se me acerca, con dos personas a bordo de una motocicleta,
con los deliverys, con los técnicos de Tricom y Claro aunque vengan disfrazados
y puestos de carnet , con la policía, militares y guachimanes.
Hungría es la última
víctima de un estado de inseguridad ciudadana brutal , indolente, inhumano y
aparentemente in crescendo, para toda la vida y
para todos los gustos.
Y el Estado?, bien,
gracias, comprando Harley Davidson de vez en cuando para revenderlas luego y vistiendo con uniformes nuevos a policías
imberbes que miran hacia otro lado cuando pasa algo o se quedan saboreando un guineo en el estanco de frutas del inmigrante haitiano de
turno enclavado en la esquina acostumbrada de esta ciudad perdida y sodomizada
hasta el asco por la delincuencia y el desorden.
Ojalá no pierdas la vista,
Francina. Ojalá, por lo menos, salvaste la vida.
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