Las autoridades están
cambiando oro por espejitos
y presentando como un gran logro lo que es una
vergüenza nacional
Textos y fotos de Vianco Martínez
Le rompieron su casa
por diecisiete partes, le destruyeron los alambres de la finca y le robaron la
tranquilidad de su reino. Pero lo peor de todo fue que despedazaron su mundo,
que era el mundo de sus viejas certidumbres, y lo llenaron de dudas y preguntas
que nadie ha podido responder sin tener que recurrir a una colección de
mentiras baratas y artificios.
Él se llama Alfredo
Zacarías y tiene 81 años. Es campesino de pura cepa y vive –si a eso aún se le
puede llamar vida- en Los Martínez, una pequeña comunidad de Maimón, provincia
Monseñor Nouel, dedicada a la agricultura, y que una vez fue apacible.
La maldición de don
Alfredo, su mayor desgracia y su más pesada cruz, ha sido que en su tierra
encontraran oro. Desde que eso ocurrió su vida y la de su familia cambió para
mal. Y ahora sus días son una simple sucesión de angustias inenarrables y
sufrimientos sin fin.
La Corporación Minera
Dominicana (CORMIDOM), mejor conocida como Cerro de Maimón, inició sus
operaciones de extracción el 19 de noviembre de 2008, bajo una concesión del
gobierno dominicano que le entregó el control de las aguas, de las piedras, de
las lluvias, de los árboles, de los caminos, de los montes, de los atardeceres,
de las mañanas, de las plantaciones, de las noches, y con ello le entregó el
destino de la gente.
Don Alfredo llegó al
lugar hace más de cincuenta años. Entonces, no había mundo ni había nada. La
luz del sol no entraba, y era tan espeso el breñal que las estrellas se
quedaban afuera. Con su aliento, hizo el mundo y lo llenó de luz. Donde se
posaron sus manos, crecieron los surcos.
Al poco tiempo, esas
tierras, que antes eran una impenetrable montería, se convirtieron en el reino
de don Alfredo, un reino limpio y productivo, lleno de plantaciones de cacao y
de productos menores, donde nacieron sus hijos y donde hoy crecen sus nietos.
El día en que la minera
inició las exploraciones, ese día se inauguró el Apocalipsis en la comunidad de
Los Martínez. Llegó un helicóptero y puso contra la pared la tranquilidad, que
era el tesoro del lugar.
La aeronave se pasaba
el día –incluyendo los momentos que la gente tiene reservados para descansar-
sobrevolando bajito por encima de las casas, poniendo a temblar los tejados,
retorciendo los árboles y las plantaciones, y alterando la paz de las rosas.
La gente andaba al
garete, y las vacas, los gallos, las guineas, los cerdos, las gallinas, todos
los animales de crianza corrían sin sitio ante el ruido ensordecedor de aquel
aparato nunca visto sobre las plantaciones y gallineros.
La compañía andaba
explorando la zona. Sobrevolaba todo el día de un lugar a otro, espantando
hasta las piedras.
Los enojosos vuelos del
helicóptero se prolongaron un tiempo y los lugareños tuvieron que convivir con
aquel infierno que no escogieron ni deseaban.
Después comenzaron las
detonaciones. Donde antes cantaban los pájaros, empezó a sonar la dinamita. Las
explosiones son precedidas de tres toques de sirenas con intervalos de pocos
minutos. La peor, según don Alfredo, es la del mediodía porque ya no se puede
ni comer tranquilo en su propia casa. “Estamos comiendo y, de repente, ¡pumm!
una explosión”.
Cuando se produce la
detonación, parece que el mundo se está acabando. Además del ruido que se
extiende por todos lados, las explosiones dejan una huella imborrable en la
comunidad: las casas se estremecen por el impacto, y a algunas, las más
cercanas a la zona de la mina, se les han cuarteado las paredes.
Fueron, precisamente,
esas detonaciones las que hicieron que la casa de don Alfredo, la misma que fue
construyendo poco a poco a golpes de cosecha y que fuera el proyecto de su
vida, se cuarteara por diecisiete partes. Entre la pequeña galería que da al
camino que viene de Maimón y la última pared de la terraza trasera no ha
quedado un solo espacio de la vivienda sin sufrir daños.
La Corporación Minera
Dominicana –Cerro de Maimón- es subsidiaria de la compañía canadiense GlobeStar
Mining Corporation. Sus operaciones se realizan en la franja comprendida entre
las comunidades Los Martínez y Copey, donde según reportes geológicos, hay reservas
probadas de mineral de 4.1 toneladas métricas, con una concentración de cobre
de 2.9 por ciento, una concentración de zinc de 1.8 por ciento, un contenido de
oro de 1 gramo por cada tonelada y un contenido de plata de 35 gramos por cada
tonelada de mineral.
El 12 de octubre de
2011, el gerente de exploración de la mina, Sergio Gelchic, afirmó, muy orondo,
que “el modelo conceptual de minado contempla el uso de tecnología que
garantiza una buena gestión ambiental”. Pero todavía no se completan bien los
cuatro años de operación y los ríos ya no sirven para nada. Ya no queda un alma
en sus aguas: ni un pez, ni una jaiba. Nada. Ninguna especie ha logrado
sobrevivir después de la mina.
Las aguas, visiblemente afectadas por la intervención de
la minera, han tomado un grimoso color oscuro y tienen un fuerte olor a gas.
Don Alfredo tenía
veinticinco cabezas de ganado Cebú. Algunas reses bebieron agua del río Sin y
poco después murieron. Según don Alfredo, se empezaban a tambalear, dejaban de
comer y al poco tiempo caían muertas. Cuando las abrieron tenían todo el
interior podrido. Otras quedaron visiblemente afectadas y nunca más sirvieron
para nada.
Don Alfredo y sus hijos
tuvieron que levantar una alambrada en mitad de su propia tierra para que el
ganado no siguiera bajando al río a saciar su sed.
Un día, bajo la presión
y la protesta de don Alfredo, la misma minera hizo construir un bebedero para
que las vacas que aun quedaban en el lugar no tuvieran ningún contacto con las
aguas del río.
Los Zacarías tenían un
negocio con un dirigente cooperativista de la zona para que sus vacas pastaran
en su finca. (“pagar piso” le llaman los ganaderos). Pero al poco tiempo
empezaron a enfermar y tres ejemplares abortaron sin explicación. El hombre se
llevó su ganado para otro lado y tuvieron que devolverle su dinero. Así terminó
la actividad ganadera de don Alfredo.
Las operaciones de
Cerro de Maimón comprometen las aguas de Sin y Los Corozos, dos afluentes del
Maimón, un gran río que une sus aguas a la más importante arteria fluvial de la
región: el Yuna. Y entre todos, hacen la gran ofrenda de sus aguas a la presa
de Hatillo, que da vida a todas las comunidades circundantes.
Hubo un tiempo en que
esos ríos bañaban las plantaciones y regaban la esperanza de los productores;
un tiempo en que sus aguas eran cristalinas y bajaban sin reparo de sus lugares
de nacimiento. Hoy son fuentes sin fortuna por cuyas aguas corre el veneno de
la ambición.
Además de la tala
masiva de todas las especies dentro de “su” jurisdicción, la mina ha puesto en
peligro la foresta en las zonas aledañas. Y sólo hay que mirarle el rostro a la
arboleda para ver cómo palidece ante las presiones ambientales y para anticipar
el futuro que le espera.
Las viejas plantaciones
de cacao, que eran el centro de la actividad agrícola de la finca, ya no tienen
posibilidad. Y así, donde antes reinaba el dios de los surcos y crecían
hermosos los sembradíos, ahora se levanta
una yerba mala.
A un costado de la
propiedad de don Alfredo hay una pequeña plantación de naranjas babor que eran
la sensación del lugar. Después que la mina empezó sus operaciones, los
naranjos de don Alfredo lucen fatigados. Algunos se secaron, y los que quedan
se empezaron a resentir.
En los alrededores de
la mina toda la tierra está desahuciada y condenada a morir. Ya nadie se
arriesga a sembrar un árbol. Cuando estas fincas eran la gloria de los tiempos,
y la arboleda, escoltada por el viento, aún coqueteaba al sol con su frescura,
la vida era otra cosa en estas comarcas.
Una vez, don Alfredo
fue un hombre rico. Tuvo plantaciones, crianza de animales. ¡Y tuvo sueños! Hoy
es un hombre pobre, o peor, empobrecido. De sus viejas ilusiones lo que quedan
son escombros.
Debatiéndose entre el
miedo, la impotencia y la necesidad, muchos campesinos se fueron. Dejaron una
vida entera sembrada en estas tierras, y al irse se quedaron sin pasado. La
compañía puso precio a su mundo y muchos tuvieron que ceder, aceptando precios
de vaca muerta.
Pero don Alfredo sigue
ahí. Su mundo se está tambaleando, pero él sigue de pie, luchando como un
guerrero por el mundo que construyó. Anda solo como una sombra patrullando sus
dominios y auditando su fin. Como en los buenos tiempos, su machete siempre va
con él.
Sus contendientes lo
tienen todo: el dinero, el poder, la alta política y las decisiones. El sólo
tiene su vida como motivo, y apenas una mano y una pierna para pelear porque ya
perdió la mano izquierda de un machetazo un día en que trabajaba inclinado
sobre los surcos, y una artrosis le inutilizó la pierna derecha.
Para hacer las cosas
como Dios manda y evitar que los acontecimientos se desbordaran y tomaran un
camino indeseado, don Alfredo salió de su casa, muy temprano en la mañana, el 9
de octubre de 2009 con un folder lleno de fotografías y papeles, y fue el
Palacio de Justicia de Bonao.
Con tantos funcionarios
santificando la minería, con tantos poderes públicos tendiéndole la alfombra y
tanta palabrería a su favor, ¡qué juez le va a poner caso a don Alfredo!
La minería es la
actividad económica donde las autoridades han mostrado más entreguismo y donde
más se han arrodillado ante los intereses extranjeros. Hasta el momento se han
otorgado más de 70 permisos de exploración y explotación, y cada día el país se
levanta con una nueva y más leonina concesión. Como en los tiempos de la
colonia, el gobierno esta cambiando oro por espejitos.
Tanto se ha envilecido
la República Dominicana en la entrega de sus recursos no renovables, que Daniel
Danis, director de Unigold, otra compañía canadiense autorizada por el gobierno
a llevarse cinco millones de onzas de oro de un yacimiento encontrado en la
comunidad Los Candelones, de Restauración, aseguró en Toronto, Canadá, el
pasado mes de marzo, muerto de la risa:
“La República
Dominicana es el mejor país del mundo para explorar oro”.
Cuando la Historia –así
con mayúscula- vaya a hablar de esto tiene que empezar por el director general
de Minería, ingeniero Octavio López, un hombre que cuando habla no parece un
funcionario dominicano llamado a velar por los intereses nacionales y pagado
con los dineros del pueblo, sino un empleado de las compañías extranjeras que
están depredando el país por los cuatro costados.
Cada vez que se acerca
a un micrófono presenta como un gran logro lo que verdaderamente es una
vergüenza nacional. Tiene en el cargo lo que Leonel Fernández tiene en la
Presidencia, y en esos tres periodos no ha tenido más logro que entregar, en
las condiciones más vergonzosas, humillantes y leoninas, el patrimonio minero
del país.
Están rompiendo la
cordillera Central por el medio, por el mismo lugar donde nacen los ríos, y
encima Octavio López lo está celebrando.
Si alguien quiere ver
el espectáculo de la derrota humana y constatar cómo ruedan los sueños de un
hombre trabajador por el despeñadero de un progreso mal entendido, que vaya a
Los Martínez. Ahí está don Alfredo acorralado, peleando solo por sus razones.
La luna se mudó de su rostro y a cambio le dejó una tristeza nunca vista. Pero
ni el poderío de la minera, ni la vocación de complicidad de las autoridades,
ni la indiferencia de los jueces han podido con él.
Ojalá que todo el país
no termine un día como la finca de don Alfredo.
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