Todos los días
escribes, hablas, tecleas sobre la historia de los hombres y su manera de
relacionarse con el mundo. Estás atento
a las
miserias y virtudes de quienes construyen
poderes, pasiones y riquezas. Y, claro,
también de aquellos que cada vez menos sirven
con integridad a su prójimo.
Eres periodista. Y
sabes bien que ejerces un oficio para
masoquistas, al menos que te dediques extorsionar a políticos o empresarios y
te hagas millonario y tus hijos esquíen en Denver, Colorado y poseas fincas,
villas de playa y hasta guardaespaldas para ir al baño.
Pero no, ejerces el
oficio sin importarte las deplorables remuneraciones económicas: común denominador
de la profesión. Agrégale que laboras
casi 14 horas al día. Sábado y domingo alternados. Nadie se imagina lo duro que
es levantarse un domingo en la mañana y sumergirte durante horas en una sala de
redacción semivacía.
Luego están tus
superiores. Los jefes y editores de los diarios, radio y televisión son hombres y mujeres de armas a
tomar, de corazón de piedra, duros para matar y decididos a que la “yuca” que
hagas esperando los resultados de una reunión en Palacio, la sentencia contra
el banquero ladrón de turno o simplemente la foto de portada que ilustrará la
edición de mañana sea efectiva, contundente y pletórica en detalles. “Que no
se te escape nada, coño, o tu no
trabajas aquí mañana, ok?????
Una vez recuerdo estuve sentado entre asesinos en la sala de espera del Fiscal
del Gran Santo Domingo. Hombres jóvenes bien vestidos, esposados y sonrientes,
comentando sus peripecias como si fuera contar cuentos bajo una mata de mango en
su campo de origen. Escuchar sobre la muerte y seguir haciendo tu trabajo.
Está también la tensión
informativa. El gusanillo que mueve la adrenalina. Como la noche del 16 de mayo
del 2004 y el aire estaba congelado por la ansiedad que destilaban los poderes fácticos del país
y la propia población. El entonces presidente
Hipólito Mejía no se había decidido a aceptar su derrota, hasta que rodeado de
sus colaboradores, en guayabera, admitió lo que todo el mundo sabía. “El que
ganó, ganó, yo no juego con eso”. Algo así fueron sus palabras. Estaba allí en
ese comando de campaña, sin haber comido durante nada todo el día, si se me
movía, era “hombre muerto” al otro día en la redacción del medio donde
laboraba.
También recuerdo al
presidente Leonel Fernández saludar a cada uno de los periodistas que estábamos
en el Hotel Dominican Fiesta esperando su intervención ante empresarios del
país, corría el año 2006. Con su sonrisa teatral y su particular manera de
intimidar a los demás mirándolos
directamente a los ojos, evaporó la batería de preguntas. “En la conferencia se
enterarán de todo”. Automáticamente la seguridad presidencial nos cercó y el presidente raudo y veloz
desapareció. Se acabó el buen estar, la educación y la decencia.
O el paso del Huracán
Georges en 1998. Me tocó recorrer los diferentes refugios de la Defensa Civil
en la capital de la República. Mujeres y niños hacinados pero sonrientes, como
si no hubiera pasado nada. Gente que lo pierde todo y sigue haciendo cuentos o arreglándose
el pelo. Un hombre cantaba bachatas y sin camisa. Nos había contado que los
vientos del ciclón se llevaron su humilde casa de madera y zinc en los Bajos de
Haina.
Pero a él no le importaba nada, el seguía vivo y su misión era
amenizar a los demás damnificados con una alegría y un entusiasmo realmente
contagioso.
También en este oficio
masoquista y para tarados que me llegó a las manos y al corazón, esta mi padre,
Fermín Arias Belliard, ya fallecido. Desde adolescente lo observaba escribir
cientos de papelitos, guárdalos y luego diseminarlos sobre su mesa de escribir.
Ipso facto su vieja máquina Olimpia y sus nerviosos dedos daban vida a esos
cientos de papelitos. Un verdadero trabajador de las palabras, de la
imaginación, un hombre de otro mundo atento a su propio mundo. Un hombre
análogo, rechazó lo digital y las computadoras hasta el final de sus días. “Nunca
escribas lo que demás escriben, usa tus propias palabras y elimina las
muletillas y los lugares comunes” me aconsejó alguna vez en las pocas veces que intercambiamos ideas
sobre este oficio para tarados.
Por eso, a todos los
que han compartido conmigo la saga de choferes de prensa “frescos”, los fotógrafos
intrépidos pero “ñoños”, los jefecitos
que te mandan a cubrir huelgas a Yamasá y quieren que a los cinco minutos te
exigen una panorámica de los eventos, a todos ustedes, compañeros y compañeras de este oficio de tarados que alguna vez
compartimos comida, cervezas, alegrías y desventuras, les mandó un saludo
fraterno en este día de tarados.
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