jueves, 5 de abril de 2012

Oficio para tarados...


Todos los días escribes, hablas, tecleas sobre la historia de los hombres y su manera de relacionarse con el mundo.  Estás atento a  las  miserias y  virtudes de quienes construyen poderes, pasiones y  riquezas. Y, claro, también  de aquellos que cada vez menos   sirven con integridad a su prójimo. 

Eres periodista. Y sabes bien que  ejerces un oficio para masoquistas, al menos que te dediques extorsionar a políticos o empresarios y te hagas millonario y tus hijos esquíen en Denver, Colorado y poseas fincas, villas de playa y hasta guardaespaldas para ir al baño.

Pero no, ejerces el oficio sin importarte las deplorables remuneraciones económicas: común denominador de la profesión. Agrégale  que laboras casi 14 horas al día. Sábado y domingo alternados. Nadie se imagina lo duro que es levantarse un domingo en la mañana y sumergirte durante horas en una sala de redacción semivacía.

Luego están tus superiores. Los jefes y editores de los diarios, radio y  televisión son hombres y mujeres de armas a tomar, de corazón de piedra, duros para matar y decididos a que la “yuca” que hagas esperando los resultados de una reunión en Palacio, la sentencia contra el banquero ladrón de turno o simplemente la foto de portada que ilustrará la edición de mañana sea efectiva, contundente y pletórica en detalles. “Que no se  te escape nada, coño, o tu no trabajas aquí mañana, ok?????

Una vez  recuerdo estuve sentado  entre asesinos en la sala de espera del Fiscal del Gran Santo Domingo. Hombres jóvenes bien vestidos, esposados y sonrientes, comentando sus peripecias como si fuera contar cuentos bajo una mata de mango en su campo de origen. Escuchar sobre la muerte y seguir haciendo tu trabajo.

Está también la tensión informativa. El gusanillo que mueve la adrenalina. Como la noche del 16 de mayo del 2004 y el aire estaba congelado por la ansiedad  que destilaban los poderes fácticos del país y la propia población.  El entonces presidente Hipólito Mejía no se había decidido a aceptar su derrota, hasta que rodeado de sus colaboradores, en guayabera, admitió lo que todo el mundo sabía. “El que ganó, ganó, yo no juego con eso”. Algo así fueron sus palabras. Estaba allí en ese comando de campaña, sin haber comido durante nada todo el día, si se me movía, era “hombre muerto” al otro día en la redacción del medio donde laboraba.

También recuerdo al presidente Leonel Fernández saludar a cada uno de los periodistas que estábamos en el Hotel Dominican Fiesta esperando su intervención ante empresarios del país, corría el año 2006. Con su sonrisa teatral y su particular manera de intimidar  a los demás mirándolos directamente a los ojos, evaporó la batería de preguntas. “En la conferencia se enterarán de todo”. Automáticamente la seguridad presidencial  nos cercó y el presidente raudo y veloz desapareció. Se acabó el buen estar, la educación y la decencia.

O el paso del Huracán Georges en 1998. Me tocó recorrer los diferentes refugios de la Defensa Civil en la capital de la República. Mujeres y niños hacinados pero sonrientes, como si no hubiera pasado nada. Gente que lo pierde todo y sigue haciendo cuentos o arreglándose el pelo. Un hombre cantaba bachatas y sin camisa. Nos había contado que los vientos del ciclón se llevaron su humilde casa de madera y zinc en los Bajos de Haina.

Pero a él  no le  importaba nada, el seguía vivo y su misión era amenizar a los demás damnificados con una alegría y un entusiasmo realmente contagioso.

También en este oficio masoquista y para tarados que me llegó a las manos y al corazón, esta mi padre, Fermín Arias Belliard, ya fallecido. Desde adolescente lo observaba escribir cientos de papelitos, guárdalos y luego diseminarlos sobre su mesa de escribir. Ipso facto su vieja máquina Olimpia y sus nerviosos dedos daban vida a esos cientos de papelitos. Un verdadero trabajador de las palabras, de la imaginación, un hombre de otro mundo atento a su propio mundo. Un hombre análogo, rechazó lo digital y las computadoras hasta el final de sus días. “Nunca escribas lo que demás escriben, usa tus propias palabras y elimina las muletillas y los lugares comunes” me aconsejó alguna vez  en las pocas veces que intercambiamos ideas sobre este oficio para tarados.

Por eso, a todos los que han compartido conmigo la saga de choferes de prensa “frescos”, los fotógrafos intrépidos pero “ñoños”, los  jefecitos que te mandan a cubrir huelgas a Yamasá y quieren que a los cinco minutos te exigen una panorámica de los eventos, a todos ustedes, compañeros y compañeras  de este oficio de tarados que alguna vez compartimos comida, cervezas, alegrías y desventuras, les mandó un saludo fraterno en este día de tarados. 

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