miércoles, 1 de febrero de 2012

Doce horas sin dejar tocar ni mucho menos dejar de bailar







El Roblito.Cordillera Central. El gran pintor español  José Vela Zanetti, quien estuvo entre nosotros durante  la Era de Trujillo, plasmó en una de sus obras  una fiesta campestre criolla. El lienzo  registra las figuras de  hombres y mujeres con rostros tristes y  humildemente ataviados  con  sombreros de paja y  cachimbos, vestidos largos y blusas  cerradas hasta el cuello y sus respectivos peinados de colas de caballos.

La estampa también registra gallinas y gallos  entre las piernas de los  bailadores de un  merengue que  amenizaba un perico ripiao de esos con tamboreros bigotudos  y acordeonista cantando a todo pulmón.
A mí me tocó  el último fin de semana de este enero, asistir a una fiesta como la de Vela Zanetti, solo que era real. Allá arriba, en El Roblito, Cordillera Central Sur, a 1500 metros sobre el nivel del mar, con un frío de 10 grados que para mi pelaba.

Una fiesta para mi amigo y colega Vianco Martínez y nosotros sus invitados, los que llevaron libros, cuadernos, lápices, gomas de borrar y una bicicleta  a los niños y niñas de la Escuela recién inaugurada y erigida a través de la pluma y el amor incansable de Vianco hacia esta gente de la sierra y sus carencias. El Roblito es un paraje aislado de las urbes, secularmente olvidado. Nadie sabe que allí existen personas educadas dentro de sus limitaciones y serviciales como las que más.

Solo que carecen de luz eléctrica, padecen enfermedades gastrointestinales e infecto respiratorias. La pobreza extrema en su máxima representación.

Volviendo a la fiesta. El trío de hombres sesentones que amenizó con su perico ripiao toda la noche tenía la energía y la fuerza para el canto y la improvisación para regalarle al mundo entero y sobraba.

Y los bailadores no se quedaban atrás. Desde la 7 de la noche hasta las 7 de la mañana, se bailó merengue montañoso con la cadencia del que no tiene nada que perder y sí mucho que gozar.

No así pasó con los urbanos, los venidos de la Ciudad, los que no pueden vivir sin el celular y el facebook. Todos nos rendimos a los tres bailes y los dos tragos.

Todos buscando el colchón pero no había colchón. Lo que había era perico ripiao para todos. Una fiesta campesina para celebrar que El Roblito tiene lo que no tenía, una escuela y una alegría nueva.

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