La clase media y sus (in)conveniencias
Jorge
Ulloa
Vemos en la clase media aquel segmento social que
posee un nivel socioeconómico intermedio, entre las clases ricas y las
depauperadas, que comparte un cierto patrón cultural y de consumo, que tiene
asegurado algunos servicios básicos y que de alguna manera muestra la capacidad
de darse algunos que otros lujos. La clase media aparece a su vez estratificada
y si miramos con detenimiento en ella podemos observar la presencia de rasgos
característicos tanto de los sectores populares como de los aristocráticos.
En un contexto electoral su importancia política excede
lo cuantitativo. Más allá de los votos se le reconoce como importante hacedora
de opinión pública debido a tres razones básicas: 1) la mayoría de los
comunicadores y periodistas pertenecen a este sector, 2) su alta presencia en
las redes sociales más el hecho de
ser el principal targets de la
publicidad, y 3) los estratos inferiores tienden a imitar sus formas y estilos
de vida en su afán aspiracional de parecerse a ella.
De manera empírica se puede comprobar que uno de los
mayores miedos del “clasemedista” es ser
pobre y su mayor anhelo ser rico.
Es lógico pensar que la clase media se sienta
identificada con la oposición o con proyectos alternativos en la medida en que
vea amenazada su “calidad de vida” o su propia existencia como estrato social.
Y, por el contrario, estaría a favor de la continuidad de
la política oficialista si su situación le es favorable.
En la clase media parece haber de todo, en especial
una tendencia “apolítica” que podría ser el resultado de la combinación de una
serie de factores entre ellos la frustración, el encierro libidinal, la
decepción y un conformismo a conveniencia. Esto último revela la aceptación sin
cuestionamiento de la nueva sociedad dominicana en la que vivimos.
Todo esto viene a cuento a propósito de lo que Leonel
Fernández nombra como Nueva York Chiquito, metáfora con la que se quiere
mostrar el “progreso”. No se puede negar el cambio que parte del país
registra en los últimos ocho años, Santo Domingo cuenta con un “skyline” que compite con cualquier urbe. Claro que el NYCh (Nueva York
Chiquito) se rodea de un insospechado cinturón de miseria que crece como si
fuera la extensión de la Pequeña Nueva
Delhi.
Una buena parte de la clase media, en especial
jóvenes, observa esta nueva ciudad-espejismo desde las alturas de sus cárceles
ubicadas en altas torres en extremo aseguradas, desde polos turísticos y finos
restaurantes. Se emociona cada vez que se inauguran nuevas catedrales del
consumo aunque solo vayan a ver y no precisamente a comprar.
Este es el resultado de un modelo económico
impuesto que hace alardes de riquezas mientras intenta ocultar la pobreza.
Entre tanto los contrastes seguirán en aumento, razón por la que los puntos
medios tendrán que moverse hacia los extremos. Y es en este dilema en el que la
clase media parece haberse quedado embelesada mirando hacia arriba las torres
que se erigen en nuestro Santo Domingo, como pretendiendo ignorar el laberinto de
in-conveniencias en el que se pisa su propia cola.
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