martes, 6 de marzo de 2012

Peña


Ser negro y pobre es un estigma de peso pesado en la República Dominicana, y claro,  en muchas zonas del planeta. Más ahora que el capitalismo hace aguas en las metrópolis y los “oscuritos” ya no somos tan necesarios como antes.
José Francisco PeñaGómez nació  negro y pobre  y para mayor dimensión de su “desgracia”,  descendía  de inmigrantes haitianos radicados en la provincia de Valverde.
Peña, como le llamaban sus correligionarios y simpatizantes dentro y fuera del Partido Revolucionario Dominicano, no era santo de mi devoción. Lo encontraba muy visceral,  poseído de una turbulencia interior capaz de derrumbar el Pico Duarte de un soplo. Le faltó cierto equilibrio. Le faltó la frialdad propia de  los que quieren llegar el poder. Movía multitudes no así a los poderes fácticos nacionales a los cuales les asustaba en demasía las llamas de su pasión.
 La rancia oligarquía y la derecha cardenalicia le tenía miedo aunque de vez en cuando, al final, lo “domesticaban”, como a los niños transgresores seducidos al final por el payaso de feria de turno. No por tonto sino porque Peña estaba más allá de esas guerras de baja intensidad.
Peña  era un hombre capaz de enervar a las  “masas irredentas” con una oratoria  sincera y devastadora. “Si me topan, le prendó candela al país por los cuatro costados”.
Un tambor de guerra que retumbó a los cuatro vientos para que las “fuerzas vivas” de entonces,  encabezadas por el abuelito satánico de  Balaguer, la Iglesia y el empresariado lo dejaran tranquilo y no intentarán volverlo a engañar.
 Peña debió muchas veces ignorar las  injurias y la humillación a las que le sometió  sectores de su propio pueblo yd la sociedad racista y excluyente en la cual nacemos  y morimos  los dominicanos desde 1844.
El dolor debió ser desgarrador para este hombre de luces, amado y querido por sus amigos de la Internacional Socialista, su refugio natural  ante las embestidas de la caverna fascista originaria de San Francisco de Macorís.
A pesar de su inmenso poder de convocatoria, del amor infinito de las masas rendidas ante su flamígera y negra presencia, no es menos cierto  que  en algún momento la vida y milagros de Peña no debió ser nada  fácil para un hombre que solo que aspiraba a servir a la gente.
Yo creo que  sus desdichas empezaron en abril de 1965.Nunca le perdonaron incitar a la población a rebelarse contra el  Gobierno inconstitucional de Donald ReidCabral, aquel 24 de abril a la una de la tarde por   TribunaDemocrática  y desde  Radio Televisión Dominicana. Ahí empezó todo. Esa alocución radial cambió para mal o para bien el curso de los acontecimientos hasta el día de hoy.
Los que siempre han ganado y se han servido con la cuchara grande, los que dan “Todo por la Patria” se quedaron boquiabiertos al ver como Peña, como buen flautista de Hamelin, sedujo a las masas a tomar las calles a fin de  exigir el restablecimiento de la Constitución de 1963 y el regreso de Juan Bosch a la Presidencia de la República.
Todos le hicieron caso. Cueros, travestis, pájaros,  trabajadoras domésticas (chopas para los fachas), guardias de menta verde, chiriperos de los mercados, gente, masa, pueblo, bajaron desde la Zona Norte hasta los límites de la Zona  Colonial, escenario luego de la Guerra Patria de Abril. Todos con palos y piedras a reclamar legalidad La única vez en la historia contemporánea de este país en que las cuarterías y los callejones se quedaron vacíos.
Creo que allí se inició su desgracia. Décadas después, antes de su muerte, Peña los perdonaría a todos. Siempre me pareció que  fue su último intento de ser aceptado y querido por los que lo odiaron a muerte hasta el final. Y siempre me pareció también una grandísima  lección de honestidad, de dignidad. El perdón de un hombre hacia sus enemigos. Un ejemplo de valor en extinción, sobre todo, en estos torcidos días que discurren donde intentamos pescar trozos de decencia, pudor  y honor  en el pozo de esta mierda social acumulada y fétida en la que  todos los días nos sentamos a comer y a beber, sin sonrojarnos.

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